Túpac Amaru II y el arzobispo excomulgador

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Autor: César Girón - Agosto.21

El fin de la rebelión de Túpac Amaru II (según una pintura historicista peruana)

Uno de los más históricamente renombrados arzobispos de la archidiócesis granadina es José Manuel Moscoso y Peralta. Peruano de nacimiento, nació en Moquegua en 1723, y murió granadino de sentimiento, pues acabó sus días en Víznar, en 1811, en plena ocupación napoleónica.

El 4 de noviembre de 1780 estalló en Cuzco (Perú), la rebelión india encabezada por José Gabriel Condorcanqui Noguera, que adoptó el nombre de Túpac Amaru II en un gesto de reivindicación, según parece, de su antiguo linaje familiar y de homenaje al primer Túpac Amaru, muerto en 1572 cuando lideraba la resistencia inca frente a los conquistadores españoles.

En aquel mismo momento, desde la Europa de 1780, España y Francia combatían contra Gran Bretaña en Norteamérica apoyando a los sublevados, favoreciendo la independencia de la que sería una nueva nación, Estados Unidos. Acaso por ello la gran rebelión indígena, nacida en la antigua capital incaica, fue observada como una cuestión de impredecibles consecuencias para la estabilidad de la monarquía hispana. Durante seis dramáticos meses de conflicto la insurgencia provocó que todas las instituciones del virreinato tuvieran que emplearse para sofocar lo que con el tiempo ha querido ser considerada como una revolución, germen de la posterior independencia de las colonias americanas.

El rápido fracaso de la rebelión de Túpac Amaru II y su ejército regular de más de 6.000 integrantes, impide que historiográficamente pueda ser comparada con las tres grandes revoluciones atlánticas del siglo XVIII, la estadounidense, la francesa y la haitiana, que como sabemos si que triunfaron.


Semilla revolucionaria

La rebelión de Túpac Amaru II concluyó formalmente con su captura y la de su familia y allegados el 8 de abril de 1781, y con su posterior ajusticiamiento, realizado de modo que sirviese de aviso a otros posibles interesados en promover intentos insurgentes. Sin embargo, la semilla estaba sembrada. Durante los siglos siguientes, especialmente durante el XX, José Gabriel Condorcanqui sería transformado en un icono revolucionario, sinónimo de liberación nacional y de lucha antiimperialista, especialmente contra el yankee.

Sin embargo, debe quedar claro que la intentona indígena no sucumbió por los resultados militares, sino por razón de la inesperada decisión del obispo de Cuzco, Juan Manuel Moscoso y Peralta, que había sido exaltado a prelado de la diócesis cuzqueña poco antes, en 1778. Su decisión de excomulgar a José Gabriel Condorcanqui y a su esposa fue realmente lo que dio al traste con la rebelión.

En un mundo en el que la escala de valores principiaba por Dios y su reino, el monarca, la familia y el linaje y finalmente el respeto a otras cuestiones como la pertenencia a un territorio u organización, el golpe de efecto dado por el que sería posteriormente arzobispo de Granada, fue decisivo.


La excomunión

La decisión de privar de la vida futura en el reino de los cielos fue asumida por ambos esposos, de un acentuado catolicismo, como un tormento personal, y sirvió para que sus muchos detractores los presentasen ante la sociedad del virreinato como apóstatas, sacrílegos y enemigos de la Iglesia, lo que les hizo perder popularidad y el control de la rebelión. Ello se manifestó en la pérdida de la que pudo ser la victoria en la batalla decisiva, a finales de diciembre de 1780, cuando la indecisión de Túpac Amaru II sucumbió en el asedio de Cuzco. Moscoso y Peralta, astuto y sabedor del sufrimiento moral que padecía el líder indígena, no contestó a ninguna de las cartas que el revolucionario le dirigió pidiéndole permiso para 'ocupar' la ciudad. Ese grave error táctico, revelador de una absoluta sumisión a los representantes del poder divino en la Tierra, lo condujo, derrota tras derrota, inmerso en una grave crisis existencial, hasta su fin.