Ecosistemas costeros

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 El ambiente  litoral  representa, por lo que a  ecosistemas  terrestres  se  re­fiere,  el  dominio  del  piso  bioclimático  termomediterráneo. La  bonanza  de  este  clima,  donde  prácticamente  no  existen  las  heladas,  ha  hecho  que  proliferen  los  asientos  humanos  desde  la  más  remota  antigüedad.

La agricultura y la ganadería se han desarrollado en este territorio de forma intensa, sobre todo en las fértiles vegas de sus ríos. La posibilidad de im­plantación de invernaderos para el aumento y adelanto de las cosechas, in­fluye en una utilización masiva de la superficie, en detrimento de las comu­nidades vegetales naturales. Si a ello unimos la actividad turística de las úl­timas décadas, con importantes construcciones en todo el litoral y que, frecuentemente, llegan hasta el mismo límite costero, nos encontramos, actualmente, con una pobre representación de los ecosistemas terrestres, hasta el punto de que en las zonas donde existe una vegetación tupida, esta es un matorral. Del encinar termófilo sólo quedan algunos pies aislados de encina, Quercus rotundifolia (97). Otras especies arbóreas son el algarrobo, Ceratonia siliqua (95) y el pino carrasco, Pinus halepensis (88), aunque este último está más relacionado con el matorral que con el bosque.

Por otro lado en la provincia granadina existe un tránsito entre la vegeta­ción de la costa almeriense, adaptada a unas condiciones muy secas, meno­res en general a 350 mm., y la malagueña, donde las precipitaciones suelen ser superiores a 500-600 mm. Ello trae como consencuencia la existencia de especies propias de cada uno de estos territorios y se pone de manifiesto claramente en el matorral (maquis), quizá la comunidad más característica de la costa en la actualidad. Así, junto al arto, Maytenus senegalensis (89), propio del litoral almeriense, nos encontramos, en algunos enclaves más oc­cidentales, húmedos, la olivilla, Cneorum tricoccum (94) y el boj de balea­res, Buxus balearica (91), verdaderas reliquias de origen tirrénico.

Junto a las especies mencionadas, típicamente costeras, existen en el ma­torral otras plantas muy características del piso termomediterráneo, no nece­sariamente litoral. Es el ambiente natural del acebuche, Olea europaea var. sylvestris, del palmito, única palmacea europea, Chamaerops humilis (70), del lentisco, Pistacia lentiscus (84) y de la efedra, Ephedra fragilis (81). Son también muy típicas dos especies que se enredan en el matorral, la zarzapa­rrilla del país, Smilax aspera (83) y el farolillo, Aristolochia baetica (90).

Mención aparte merece otro arbusto, la adelfa o baladre, Nerium olean­der (69), que va ligado a suelos más húmedos, por lo que caracteriza los cauces de los ríos y ramblas más que el matorral climático, dependiente sólo del aporte hídrico de la lluvia.

Es frecuente en este paisaje la presencia de tres especies que se han na­turalizado en las costas mediterráneas y que, erróneamente, se las ha utiliza­do en folletos turísticos como propias y características de nuestra región. Nos referimos a dos especies originarias de América, la chumbera, Opuntia ficus-indica (86) y la pita, Agave americana (87), y una planta de origen tropical, el ricino, Ricinus communis (68).

Entre las especies de menor talla, son características del ecosistema, el espárrago espinoso, Asparagus stipularis (48), los candilicos, Arisarum vul­gare (77), la cebolla albarrana, Urginea marítima (78), el llamativo Limonium insignis (49) y el malvavisco marítimo, Lavatera marítima (80). Con prefe­rencia por los suelos calcáreos, hay que añadir la alhucema rizada o cantue­so dentado, Lavandula dentata (7), la hierba centella, Anemone palmata (75), el lirio, Iris xiphium (73), la siempreviva azul, Limonium sinuatum (45) y la pequeña violeta de tallos leñosos, Viola arborescens (72).

En los roquedos tienen especial interés el romero blanco, Rosmarinus to­mentosus (50), especie exclusiva de las paredes calizas y litorales de nues­tra provincia. Otro endemismo del sureste de la península es Lafuentea ro­tundifolia (74), mientras que la llamativa y original Lapiedra martinezii (76) es una bulbosa de los rellanos de rocas calizas del litoral del sureste español y norteafricano. Es en estos roquedos, sobre todo en exposiciones sombrea­das, donde aparecen algunas comunidades liquénicas que, puntualmente, pueden adquirir un gran desarrollo, manchando a la roca de blanco como si estuviese pintada. La especie dominante es Dirina massiliensis, que, en algunos puntos próximos al mar, puede estar acompañada por Roccella phycopsis, un liquen de talo gris y aspecto coraloide, no representado en la lámina.

El hinojo marino, Chritmum maritimum (35) y el Asteriscus maritimus (44), se encuentran, prácticamente, en todas las rocas y acantilados marinos del litoral peninsular, mientras que el pequeño helecho Cosentinia vellea (51), es frecuente en hendiduras umbrosas, también del interior.

Las arenas marítimas son un biotopo muy específico ocupado por espe­cies de amplia distribución, como la azucena marina o de la virgen, Pancra­tium maritimum (64), que es rara en nuestras playas donde son más fre­cuentes los chinarrales que los arenales. En el límite del oleaje, donde se acumulan los restos orgánicos arrojados por el mar, son muy características algunas especies herbáceas como la amapola amarilla o del mar, Glaucium flavum (58) y el rábano marino u oruga de mar, Cakile marítima (66).

A pesar de que en ambientes sumergidos se pueden encontrar algunas fanerógamas como Posidonia oceanica (9), son, sin duda, las algas los ve­getales más abundantes. Aunque los ecosistemas acuáticos se cuentan en­tre los más productivos del planeta, muy pocas veces las algas son consu­midas directamente por los animales. Ello es debido a la difícil digestión de algunas de las substancias que constituyen su talo, más, no por ello deja de utilizarse la materia orgánica que sintetizan, sino que, previamente a su utilización, ha de descomponerse por bacterias y otros organismos que la transforman en unidades asimilables; por otra parte, las algas modifican, en muchos casos, la estructura física del medio, contribuyendo mediante la construcción de talos incrustados de caliza, a la creación de multitud de es­pacios que serán aprovechados por otros seres vivos para refugiarse o me­drar en ellos.

Dejando aparte los ecosistemas planctónicos, constituidos por organis­mos microscópicos que se mantienen en suspensión en las capas superficia­les del mar, tremendamente importantes como primer eslabón de las cade­nas alimenticias y cuyo análisis se aleja mucho de la intención de estas lámi­nas, hemos de resaltar una peculiaridad importante inherente a las comuni­dades de algas bentónicas, es decir, a las que viven fijas al sustrato y que se encuentran sometidas a un cambio drástico en la actuación de los facto­res ambientales a medida que se van situando a mayor profundidad, esto determina la ordenación de las comunidades en una serie de bandas según su tolerancia a la luz o al movimiento de las olas.

De forma sucinta estos cinturones de vegetación pueden esquematizarse de la manera siguiente:

- Zona supralitoral: es un área fuertemente iluminada, cuyo único aporte hídrico lo constituyen las salpicaduras del oleaje. Su amplitud varía, por tanto, con la fuerza media de las olas, en cada lugar. Suele estar ocupada por muy pocas algas y algunos líquenes crustáceos como Verrucaria amphibia (36).

- Zona mediolitoral: Ocupa el lugar donde rompen las olas. Aquí el factor más importante es la fuerza con que bate el agua la costa, esto determina que las algas que habitan en ella se aferren con fuerza a la roca, como ocurre con muchas especies incrustantes de algas rojas, tales como Li­tophyllum expansum (28), etc. También colonizan estos ambientes, al­gunos animales como los crustáceos del género Chthamalus (37), cuyas protecciones calcáreas suelen albergar un pequeño liquen, visible sólo por sus peritecios negros, Arthopyrenia sublitorafis (38). El limite inferior de esta zona es mucho más rico en especies, de las que algunas, como Cystoseira mediterranea (2), pueden aparecer también en la zona si­guiente. Cuando sobre estas comunidades se deja sentir la acción del hombre, generalmente bajo la forma de un enriquecimiento en materia orgánica proveniente de vertidos de aguas residuales, muchas algas ver­des como Ulva rigida (39), desplazan a la comunidad adquiriendo una gran dominancia.

- Zona infralitoral: esta banda se mantiene siempre bajo el límite de las os­cilaciones del agua, por tanto ofrece unas condiciones muy estables para la vida algal. La vegetación se estructura, con frecuencia, en varios estra­tos, de manera que los grandes talos, como los de Cytoseira mediterra­nea (2), protegen otras poblaciones de menor tamaño, como la de Cora­llina mediterranea (40), que a su vez se desarrolla sobre un estrato in­crustante con especies como Lithophyllum incrustans (21). Un poco más abajo pueden aparecer Asparagopsis armata (20), Laurencia pin­natifida (41) y en zonas muy tranquilas Padina pavonia (10) y Colpome­nia sinuosa (25).

- Zona circalitoral: la disminución progresiva de la iluminación, determina el cambio en la composición de las comunidades, en un margen variable ,según la transparencia del agua. Es, en el tránsito hacia esta zona profun­la, donde tienen su óptimo algunas especies de Codium (6) y, más aba­jo, sobre fondos pedregosos, son frecuentes las comunidades de algas rojas, incrustantes, dominadas por muchas especies de Lithophyllum ?1, 28) y Lithothamnion (29), mientras que en fondos arenosos se desarrollan las praderas de Posidonia oceanica (9).