Jiménez de Quesada y El Dorado

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Gonzalo Jiménez de Quesada

A pesar de las controversias sobre su origen, lo cierto es que otorgó a las tierras que conquistó y fundó el nombre de Nuevo Reino de Granada, por el parecido que hallaba entre ambas regiones

Mucho se ha discutido sobre el origen del cronista, conquistador y fundador del Nuevo Reino de Granada, Gonzalo Jiménez de Quesada, cuyo nacimiento unos sitúan en Córdoba y otros, apoyados en la realidad más tozuda, en Granada, en 1506. Sobre ello la Real de la Historia aceptando la versión de su epítome, que dice: «Su naturaleza y la de sus pasados es la ciudad de Córdoba». Sin embargo, él mismo declara su origen de Granada, que al entender de numerosos historiadores no admite discusión, cuando bautiza el territorio que descubrió como 'Nuevo Reino de Nueva Granada', diciendo que lo nombraba así: «por vivir en él, cuando vivía en España, en este otro Reino de Granada y también porque se parecen mucho el uno al otro». No es suficiente el que los defensores de su origen cordobés se asieran a que, de haber nacido aquí lo habría declarado expresamente, cuando lo que sí que es cierto es que nunca declaró su nacimiento en Córdoba.


Como su padre, estudió Leyes en Salamanca y se dedicó con notoria prestancia al noble oficio del foro. Era alto, bien parecido, noble de aspecto, con don de gentes, leal hacia sus compañeros, de gran formación humanística, honrado y sobradamente gentil. Por defectos tuvo el de ser dado al juego de naipes y padecer una acentuada misoginia que a punto estuvo de costarle las encomiendas reales.


Su carácter aventurero y en especial su ambición por obtener un título de marqués como Hernán Cortés o Francisco de Pizarro le llevó al Nuevo Mundo y al camino de su gesta, mostrando una especial obsesión por el mito de El Dorado, que le obsesionará hasta su muerte.


Tras dejar la abogacía poco se conoce de su vida hasta que se enroló en la expedición Santa Marta. No consta que tuviese formación militar, aunque se le ha de situar en Italia en esos años previos a su partida hacia el Nuevo Mundo, incluso en el Saco de Roma. Sí que parece que cuando partió para América tenía ya la encomienda de la expedición al río Magdalena, en cuya cabecera pensó siempre hallar otro Perú y el lugar de El Dorado.


Lo dice él mismo en su Epítome cuando declara buscar:

«Una provincia poderosa y rica que se llama Meta que, por la derrota que los indios mostraban, venía a ser hacia el nacimiento del Río Grande».

Era el mismo mito de El Dorado, que recibió diversos nombres, y que suponía la existencia de un lugar donde abundaba el oro, que fue buscado por los cartageneros por Antioquía, por los venezolanos por el río Meta, arriba del Orinoco, por los de Coro por la alta Amazonía y por los quiteños al norte de Popayán.


Jiménez de Quesada nunca abandonó la empresa de conquistar el mito. De hecho, murió preparando una nueva expedición con sus fuerzas ya tan agotadas como su hacienda, pero no sus deseos de hallazgo. Desde 1536, cuando su primera expedición por el río Magdalena hallara panes de sal de mina y los indios le indicaran que provenían de poderoso reino del sur, no cejó de perseguirlo. Realmente los chibchas no tenían oro, pero sus habitantes se lo procuraban a cambio de la sal, de las tribus de Antioquía, en la otra orilla del río Magdalena, donde abundaba.

Actividad

El deseo de nuestro conquistador por descubrir El Dorado hizo que se acentuara su actividad en el territorio de los chibchas, la Bacatá y la Tunja, donde estaba la famosa laguna de Guatavita, donde se originó una de las leyendas más sugestivas sobre el mito. En una ceremonia anual de desagravio al dios de aquella, el Zaque, o cacique local, surcaba las aguas sobre una balsa con el cuerpo cubierto de oro, sumergiéndose en ella seguidamente.


Las acciones de Jiménez de Quesada le llevarían finalmente a conquistar el país de los Chibchas e instaurar el Reino de Nueva Granada, fundando Santafé de Bogotá, a cuya catedral, tras morir en 1579 en Mariquita, fueron trasladados sus restos siendo sepultados en el lado del Evangelio.


Tanto fue su empeño que después de viajar a España y regresar tras doce años, volvió a la búsqueda del mito. Diecinueve años después de solicitarlo, la Audiencia del Nuevo Reino de Granada en 1569, aprobaría una capitulación de conquista para «la jornada que llaman de El Dorado, que es en los llanos, pasada la Cordillera de las sierras de este Reino hacia levante», que fijó en unas quinientas leguas cuadradas entre los ríos Pauto y Papamene. La inició en 1570 en San Juan y regresó con los restos de la tropa doradista, a mediados de 1572, tras padecer un infierno.


Aunque Jiménez de Quesada casi llegaría a convencerse de que el único El Dorado era la sal y las minas de esmeraldas que halló en Somondoco, no cesó en su empeño por encontrarlo, motivo por el que efectuó tantas y distintas expediciones a los llanos, al Magdalena y hasta al páramo de Sumapaz, buscándolo inútilmente. Tal fue su obcecación que lo intentó incluso por la ruta de Chita, y aún en 1577, poco antes de morir inesperadamente, preparaba una nueva expedición a El Dorado, sobre el que siempre pensó que existía y que sus fracasos solo se debían a que no atinaba a encontrar la ruta adecuada para llegar hasta él.


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Autor: César Girón

Publicado en El Ideal de Granada en Agosto.21